La Navidad es una época del año que nos permite ser buenas personas, muy buenas de verdad. Es una fecha clave para que la gente sonría más de lo normal. Pero no me refiero a sonrisas de simpaticones o sonrisas que se esbozan por educación, no. Me refiero a sonrisas de auténticos gilipollas, sonrisas que van pegadas a los rostros y que se despegan, curiosamente, las primeras semanas de enero.
En Navidad nos hacemos más nobles, más familiares, más abiertos, más generosos y, tal vez, más imbéciles. Y digo NOS porque me incluyo; es más, yo comando la fila de imbéciles navideños, con sonrisa incluida, claro está.
En Navidad nos hacemos más nobles, más familiares, más abiertos, más generosos y, tal vez, más imbéciles. Y digo NOS porque me incluyo; es más, yo comando la fila de imbéciles navideños, con sonrisa incluida, claro está.
Por ser tan nobles, familiares, abiertos, generosos y, tal vez, imbéciles, la sociedad inventó hace varios años un juego muy divertido, capaz de unir incluso a personas que no se llevan muy bien en los ámbitos en donde se desenvuelven. Me refiero al maravilloso juego del “Amigo secreto” (en España creo que es “Amigo invisible”).
El amigo secreto, aparte de ser un actividad navideña que destaca los valores de la amistad, es un juego creado para masoquistas que no terminan de aprender que las personas que no conoces bien difícilmente te van regalar algo práctico o útil para tu vida cotidiana. Lo peor es que tal vez el 70% de las personas que participan en los amigos secretos lo hacen por obligación, no por interés. El otro 30 % lo hace por joder la vida de los demás. Pero eso sí, el 100 % participa con la típica sonrisa navideña.
El genio que inventó el jueguito fue muy listo al haber escogido estas fechas porque sabía que el “factor sonrisa” iba a ser clave. Si el “Amigo Secreto” se hubiese empezado a hacer un martes del mes de junio, por ejemplo, la cosa sería diferente (ya hablaré algún día de mi teoría de los días y meses del año). Nada de sonrisas. Tal vez malas miradas, quien sabe si algunos insultos suaves, pero nada de sonrisitas que expresan hipócritamente “¡ay, gracias, que bonitooooo…!” seguido del besito y el abrazo respectivo. Nada que ver. Pero bueno, como fue en Navidad, el inventó resultó ser un auténtico éxito.
Lo peor es cuando sale algún simpático o simpática diciendo que lo importante de todo esto es el detalle. Mentira. Lo importante es un detalle decente, pero no simplemente un detalle. Es muy fácil decir esa frase maligna y cruel cuando recibimos un buen regalito y vemos a otra persona abriendo un paquete de calcetines que no combinan con nada. Es muy fácil decirlo cuando el de al lado está abriendo un paquete que tiene un CD de reggaetón quemado (copiado). Es muy fácil decirlo cuando sabes que lo que compraste es una auténtica porquería y te da vergüenza aceptarlo en público. En fin, ¡qué detalle ni que detalle! Detalle sería eliminar este juego de la faz de La Tierra. Eso sí sería bonito.
Sin embargo, parece ser que a la gente no le gusta participar en esto por los regalos sino por el morbo de ver quién le tocó. Si te gusta la persona, pues bien, felicidad total, el éxtasis. Lo normal es empezar a decirlo con una sonrisa en el rostro. “Ay, le regalo a Pepe…q bien.” “Y yo a pepita…q emoción”. Pero si no te toca alguien que te agrade, empiezan los tráficos de papeletas. “Me tocó fulana…te lo cambio”, “No, ¿estás loca? Nunca le daría nada a esa regalada...”. Y así hasta que aparezca alguna buena víctima que acepte cambiarlo.
Lo peor de todo es que al final todo el mundo sabe quién le regala a quién, aunque siempre está el imbécil de turno que no se entera, ya sea por despiste, por ingenuo o porque de verdad juega con toda la seriedad del mundo, como debería ser.
En fin, la Navidad nos trae estas cosas y hay que aprender a convivir con ellas. Yo opté por desaparecer del mapa cuando escucho a la tarada o el tarado del mes decir “¿Por qué no jugamos al…?” De repente me dan ganas de ir al baño, pero por horas. Que me dejen vivir en paz con mi sonrisita navideña.
En fin, la Navidad nos trae estas cosas y hay que aprender a convivir con ellas. Yo opté por desaparecer del mapa cuando escucho a la tarada o el tarado del mes decir “¿Por qué no jugamos al…?” De repente me dan ganas de ir al baño, pero por horas. Que me dejen vivir en paz con mi sonrisita navideña.